***
(0)
No habrá relatos esta vez como me pasó con los otros viajes, las musas me soplaron nomás algunos apuntes y unos poemas así que eso es lo que voy a compartir. Y los dedico especialmente a Graciela García que me dijo que esperaba ansiosa los relatos de este viaje… Van entonces estos comentarios que tienen la virtud de ser breves!
Me fui con dos en la valija: 1) el recuerdo de Zorba el Griego, y una anécdota que después me contó mi hermana, que yo desconocía. Resulta que fuimos a la playa de Stavros, en Chania, Creta, donde se filmó la escena de la danza, el final de la película. Cuando se lo conté, mi hermana recordó que vio Zorba en el cine Atlantic, con nuestros padres, en 1970. Y que cuando terminó, mi viejo se quedó apoyado en una columna, llorando de emoción. Me imagino lo que habrá sentido; él ya estaba enfermo, y siempre admiró a los locos como Zorba. 2) Una certeza sobre la poesia y el amor, o el milagro de la poesía y el milagro del amor, en este sentido: Gelman pone el siguiente epígrafe en uno de sus libros: “En un poema, la parte mágica siempre es accidental. Ningún poeta trabajaría ardientemente en ese complejo oficio de la poesía si no aspirase a ver cómo se produce, súbitamente, ese accidente que es la magia. Se ve obligado a afirmar, con Chesterton, que lo milagroso de los milagros es que, efectivamente, a veces se producen” (Dylan Thomas). Y yo pienso que puede decirse lo mismo del amor: somos testigos de cómo dos extraños dejan de serlo, en un momento que puede llamarse análogamente accidental, milagroso, mágico. Es decir: lo continuo es la extrañeza, porque dos sujetos son siempre extraños entre sí, independientemente de que convivan, lleven diez años de novios, cincuenta de casados, etc. La afirmación sospechosa de que se conocen, se entienden, es más un reflejo del hábito o la costumbre, que una verdad. El amor, entonces, como magia o milagro cruza ese abismo, como la poesía lo hace con la realidad, con el lenguaje. Siempre momentáneo e inasible, y tan mágico y bello como un poema.
Esto es todo por hoy, digamos que es el grado 0 del relato, antes de subir al avión. ¡Abrazo!
Pasamos una tarde en la playa donde se filmó Zorba el Griego, y en un restaurante (cerrado fuera de temporada) encontramos una docena de fotos de la célebre película, algunas ya bastante deterioradas por el tiempo.
***
(1)
Estuvimos cuatro días en Atenas, y después de un mes, volvimos para quedarnos dos días antes de tomar el avión de regreso. En esta segunda estadía logramos la vista deseada de la Acrópolis, desde el monte Filopapo. La publico junto con una reconstrucción de lo que fue en su tiempo de esplendor, obra del pintor alemán Leo Von Klenze.
a) Los primeros sabores: Ensalada griega, con el queso “feta”; Saganaki; Salsa tzaksziki; Dolmades, Mussaka, aceitunas de mil variantes, yogur natural… Probé la carne, el vino y el pescado, pero para probar nomás. Son productos muy caros, y tenemos en casa mejor vino, mejor carne, y mejor pescado. Alternativas: el vino retsina, rico y popular; y la carne tipo kebab o souvlaki, exquisitamente especiada, gusto original para nosotros.
b) Vivir una experiencia de viaje siempre implica despojarnos de categorías, salirnos de nosotros mismos. Si no está ese vértigo, no hay experiencia verdadera, profunda. Lo que llevamos encima no cambia necesariamente con el hecho espacial de trasladarnos. Siempre somos Odiseo o el Principito: viajar es confrontar y quebrarse, mucho o poco, no importa. Ver la rosa y comprender que la nuestra no es la única en el mundo, para luego volver y reconocer que sí, que la rosa nuestra es la única porque es nuestra, porque nos reconoce y la reconocemos. Cuando volvemos de algún viaje, siempre nos decimos: qué lindo es vivir aquí.
c) En un aeropuerto paseo por los duty free de artículos incomprables. Una mujer Amish, con sus ropas típicas y su cofia, compra chocolates. Muy rubia, de rostro pálido y de una belleza sin sensualidad. Un rato más tarde, observo a una joven, con el traje de monje tibetana, sola, recostada en un sillón de la sala de embarque, comiendo papas fritas y mirando el celular. Más allá del asombro, pienso que estamos todos trajeados, todos cubiertos con algún disfraz que nos oculta y nos exhibe. Poco antes de embarcar, pasa a nuestro lado una mujer negra, toda cubierta por ropas coloridas, con una larga pollera pegada al cuerpo, caminando con gracia y meneando las caderas. Atractiva, enérgica y sensual.
Al escribir nos desnudamos, como hacían los griegos en el gynmasion; por eso la escritura suele ser íntima o incluso impúdica. Quedamos con nuestra primera y última máscara.
(continuará) Kaliimera!
Tomamos esta foto desde el monte Filopapo.
***
(2)
Cuando recorro los museos de Atenas, reconozco haber visto en fotos, videos, películas, muchas de las esculturas que ahora tengo enfrente. Sin embargo, parecen otras, las veo por primera vez con su verdad y contundencia. Se me hace evidente que nada sustituye la experiencia directa, ningún recurso de la cultura equivale a la vivencia concreta, en un sentido amplio: lo que imaginamos de cada lugar, de los paisajes y personas… Suele ocurrir que la idea previa de algo queda desmentida, y lo que no imaginábamos aparece y nos asombra, y este es uno de los aprendizajes, una de las felicidades de viajar.
El mejor museo es el Arqueológico Nacional, lo preferimos al de la Acrópolis, que es más moderno pero mucho menor en cantidad de obras. La fascinación se repite al contemplar el arte griego y será una constante en todos los museos y monumentos visitados. Las esculturas de Fidias, Praxiteles, las anónimas, aún rotas y fragmentarias, nos maravillan. ¡Dos mil años antes que Miguel Angel y los grandes del renacimiento!
Desde los tiempos homéricos, es proverbial en la cultura griega la institución de la Hospitalidad. Y dramáticamente se repite en nuestro tiempo: Atenas está saturada de extranjeros sin techo, sin trabajo, parias de la tierra que se apiñan en plazas y calles. “La mayoría llega desde Turquía, les cobran cinco mil dólares para traerlos a Europa, pero quedan aquí. Los otros países europeos no los reciben”, dice una joven empleada de una tienda de artesanías. “Son seres humanos y como tal los tratamos, pero el problema está y crece día a día”, comenta una española que reside hace años en Atenas. “Más complicadas todavía están Lesbos, Samos, y otras islas”, agrega. Un taxista, afirma, con buen humor: “cuando los chinos tengan hijos, los hijos va a crecer en Atenas, van a ir al colegio aquí, por lo tanto serán griegos, chinitos griegos”. No percibimos en nadie una actitud hostil o despectiva, Aunque reconocen la gravedad de la situación, la filoxenia sigue viva en ellos.
Las impresiones de esta primera estadía en Atenas derivan, varios días más tarde, en un poema. Confirmo que la poesía no es un reflejo automático de las percepciones, sino una compleja elaboración, una maduración que sigue reglas extrañas que no controlamos. ¿Es la experiencia de la autonomía del lenguaje, como si el lenguaje hiciera su propio proceso y un buen día decide expresarse? ¿Y llamamos a esto inspiración?
***
(3)
Ganar la altura, el espacio simbólico de la altura, fue y es una señal de poder. Las acrópolis tenían la doble función defensiva y sagrada, cuidarse de los enemigos y honrar a los dioses protectores eran dos experiencias íntimamente unidas. Está la célebre de Atenas, pero había acrópolis en la mayoría de las ciudades-estado griegas. Está claro que desde el fondo de los tiempos, quien gana ese espacio, domina. Monumentos, templos, estatuas, banderas… en Estambul las mezquitas, desde esa altura dominante de los minaretes, emiten rezos y llamados a la oración mediante altoparlantes, varias veces al día. En cualquier lado de la gigantesca ciudad donde uno esté, de golpe irrumpen las oraciones a todo volumen. En la Grecia de hoy la obsesión por la altura-poder se ejerce a través de las iglesias cristianas ortodoxas. Siempre de paredes blancas como las nubes, y techos azules como el mejor cielo; silenciosas, pequeñas, omnipresentes. Puede no haber ni un caserío, pero siempre habrá una iglesia, generalmente abierta y con velas a disposición del peregrino, con las imágenes del Pantocrator, la Virgen con el niño y Agios Giorgios matando al dragón.
Sin la energía de los parlantes musulmanes, el poder religioso en Grecia acompaña la altura con el dominio de la palabra: Agios Georgios es el nombre de miles de cosas. En los confines de la isla de Antiparos, una mínima playa lleva ese nombre. Es una bahía de piedras y aguas transparentes, con su iglesia y su árbol. Me gustó denominar “ermita” a esa iglesia (en un poema que todavía no sé si es un poema) donde se puede sentir la atmósfera devocional de los hombres que allí sostuvieron la fe desde siglos, cuyas tumbas están en el patio contiguo. Bañarse desnudo, cerca del Pantocrator y entre las piedras y los peces fue una bendición, un bautismo.
Algo más sobre la altura: no sé cuál será la explicación técnica, pero lo que queda de varios templos antiguos suelen ser los pórticos. Así ocurre con el de Apolo Delio de Naxos, la “postal” preferida de la isla. Algo sucede allí, en esa altura demarcada por el pórtico. Creo que sucede algo hermoso y mágico: el infinito que está detrás se nos hace evidente. Podemos perder la mirada en el cielo abierto, y perdernos en ese todo inasible, pero visto a través de esta forma creada por el hombre para sí mismo, el infinito se nos pone cerca, y se hace patente su inmensidad. Entiendo que eso es el arte, lo que buscamos a través del arte desde que habitamos la tierra, formas que nos hagan accesible el misterio.
***
(4)
El mismo día de la presentación de La Boya en el Festival de San Pablo, Brasil, donde estaban presentes Magu y Fernando, nadé hasta una boyita en la playa Panormos, en los confines de la isla de Naxos. Ahora estoy de vuelta en Villa Gesell, desgranando los apuntes que tomé en el viaje, y Fernando está en Trieste, participando con la Boya en el Festival Latinoamericano. Pronto estará en Cineccitá, el 29 de noviembre, se exhibirá en La Blanco Encalada, barrio Chino de Belgrano, y este verano vuelve los viernes al Pinar del Norte. ¡En todos los mares, con la Boya en el corazón!
Desde Atenas hacia el Peloponeso: Micenas y sus ruinas llenas de nostalgia homérica por la grandeza de Agammenon, el tesoro de Atreo y la puerta de los leones. Luego Nauplia, con la impronta veneciana que tendrán las choras de las cícladas y la extraordinaria Chania, en Creta. En la playa Paralia Asinis, escucho: “el idioma del agua es igual en todas las orillas”. Se oye también, pero arriba, el murmullo del viento en las hojas de los eucaliptos. Se mezclan los idiomas, se integran, ¿dialogan? El otoño regala una tarde tranquila, sin turistas, y el oleaje suave puede hablar e incluso cantar sin que nadie interrumpa.
La decisión es viajar a ritmo relajado, a costa de renunciar a visitar algunos sitios “imperdibles”… El largo recorrido por el Peloponeso planeado en abstracto se reduce a Olimpia, cruzando por la pastoril Arcadia. Y es un acierto. El sitio arqueológico donde nacieron los célebres juegos panhelénicos supera en mucho a mis expectativas y prejuicios. Enorme, sus ruinas dejan traslucir el increíble esplendor que habría alcanzado. Construcciones magníficas, templos, gimnasios, la pista al aire libre para carreras de 212 metros y capacidad para 50 mil espectadores, predios para los distintos deportes, instalaciones para las delegaciones de las distintas ciudades, para los jurados, para las autoridades, la estatua de Zeus sedente encargada a Fidias, de 12 metros de altura, con mármol, oro y marfil. Y un museo arqueológico extraordinario, donde se lucen las obras de la primera cultura micénica de perfección y audacia alucinantes.
Mil doscientos años de juegos olímpicos: 776 AC al 380 DC. El emperador cristiano Teodosio declaró prohibidos todos los juegos paganos, pero no alcanzó con esto: mandó destruir todas las construcciones, todo rastro de esta belleza pecaminosa tan cercana a los dioses.
***
(5)
De Olimpia partimos hacia Ioanina cruzando el Golfo de Corinto por el puente de Río-Antirio, una proeza ingenieril de tres kilómetros de longitud (el más largo del mundo). El recorrido fue relajado, por una autopista muy libre, con peajes electrónicos y baños públicos cada veinte kilómetros (limpios, equipados y con dispensers de agua potable). Llevamos hacia la Grecia continental el recuerdo de la sopa casera y la ensalada de pulpo que comimos en Nauplia. Los pulpos, en toda Grecia, son un plato popular, y para delatar su frescura los exhiben colgados en las puertas de las tabernas. También son materia del arte desde tiempos inmemoriales, y aparecen muy vívidos y potentes, pintados en las vasijas y ánforas antiguas (los vimos multiplicados obsesivamente en el museo arqueológico de Heraclión). Al dejar atrás el Peloponeso, quedó el sonido de los nombres de lugares que no visitamos y que seguirán siendo míticos, imaginarios: Monenvasía, Kardamili, Esparta, Mistra, Pilos, Methoni…
Durante los primeros días de este viaje, en Atenas, caminábamos nueve o diez horas por día. Aún con el propósito de no apurarnos, fue imposible no seguir un ritmo febril, empujados por el deseo de recorrer. Nos deteníamos para comer donde caíamos extenuados, de modo que no había elección reflexiva de los lugares. Aquí en Monodendri elegimos dónde, cómo y cuánto. Y fue un placer degustar la comida típica de esta zona montañosa y reconcentrada. Recomendamos las tartas (denominadas pies, en inglés, lo que nosotros traducimos como pastel). Riquísimo el de espinaca, y el de hongos, “alucinante”. Por allí hay centenares de variedades. No hace falta preguntar cuáles y cuántos hongos ponen en el relleno.
Paramos en la hosteria Vikos, donde su propietaria Constantine, una mujer de 40 nacida en Dodona, nos atendió a cuerpo de rey y nos ofreció una habitación de lujo con vista a las montañas a precio accesible (una de las ventajas de viajar “fuera de temporada”). Dodona es un sitio arqueológico con un gran teatro, y tiene el privilegio de haber sido un oráculo importante, que llegó a competir con Delfos. Le cuento a Constantine que, a diferencia del oráculo de Delfos que se basaba en las emanaciones de la tierra, aquí la interpretación del mensaje de los dioses provenía del murmullo del viento en las hojas de los robles. No sé si lo sabía o no, pero la emocionó que un extranjero, sobre todo un argentino, se lo dijera… (Cada vez que decimos Argentina, los griegos hacen un gesto de admiración, casi amoroso, y suspiran diciendo “so far”).
Zagoria es una región montañosa de 1000 km2 con 46 aldeas, de gran riqueza natural y cultural. Fue refugio de la resistencia a la ocupación otomana, y luego a la alemana. Tierra de héroes, mezcla de bandidos y de libertarios. Algunos de sus hijos dilectos hicieron fortuna en el exterior, y regresaron para apadrinar la recuperación económica de las aldeas. Hoy es un lugar turístico de gran belleza y en algunos casos, de grandes lujos. Haciendo base en Monodendri, recorrimos algunas: todas tienen un plátano en la placita central, y abundan los monasterios, las iglesias, los puentes de piedra, y entre todos los paisajes, la gran maravilla que es la Garganta de Vikos.
Entre los libros que me recomendaron –en especial mi amigo Hernán, un Odiseo de nuestro tiempo por sus largos viajes-, figura el “Diccionario del amante de Grecia”, de Jacques Lacarriere, que conseguí –¡cuándo no!- en la librería Afonsina. Quiero señalar que en este libro hay una entrada, “Kleftes”, que da cuenta de las canciones que improvisaban los héroes de la resistencia que cité antes, y que encontraron refugio no sólo en Zagoria, sino en todas las zonas montañosas de Grecia (Epiro, Pindo, el Parnaso, la Fócida, la Arcadia, Creta). Kleftes significa ladrón, pero el término pasó a designar a los que tomaron el camino de las montañas ante la ocupación extranjera, a los valerosos patriotas. En estas canciones se refugió también la poesía y el espíritu épico, indomable, de la tradición homérica.
***
(6)
Visto en el mapa, el recorrido ahora sigue desde Zagoria a Meteora; desde nuestra aldea Monodendri son 134 kilómetros. Y pasaremos por ciudades que suenan como agua cayendo sobre rocas, o como un oráculo de tambores: Metzovo, Kastraki, Kalambaka, Trikala.
En apenas un rato llegamos a Metzovo, donde luego de varios días de lluvia salió el potente sol de otoño. El aire tiene olor a tierra mojada, pero también a leche, a frutas, a respiración de animales, a follaje. Es una aldea de montaña convertida en ciudad, de una riqueza natural y humana que asombra, con la historia y el trabajo de siglos en la piel de sus habitantes. A pocos metros del centro, una viejita que está lavando cestos cargados de uvas nos llama y nos regala unos racimos, sin decir palabra, sin sonreír; todo es duro, pródigo y amable en esta tierra.
Metzovo es una de las muchas ciudades de la Grecia montañosa y mítica… La parte de Grecia donde moraban los dioses, en montañas con nombres célebres como el Olimpo, el Parnaso, el Helicón, y muchas otras dispersas en las islas. A estos espacios paganos se agregaron más tarde los cristianos: el Monte Athos, principal centro monástico de Grecia, y Meteora, un bosque de rocas donde acudieron ermitaños y ascetas a partir del siglo XI, hasta que Agios Atanasio fundó en el siglo XIV el Monasterio del Gran Meteoro, sobre una roca de 613 metros de altura. Este monasterio es uno de los seis que pueden visitarse actualmente.
Desde Kastraki o Kalambaka, dos pequeñas ciudades, se accede a Meteora, y la experiencia es impactante. No cuento nada, porque es demasiado inabarcable e innombrable… apunto solamente que me asombró e inquietó, en el interior de los tres monasterios que visitamos, el culto obsesivo por el martirio. La representación predominante, a diferencia de las iglesias que conocimos en el resto de Grecia donde prevalecen la serenidad y austeridad, es aquí la decapitación. Cabezas que salpican sangre, cortadas por el sable o la espada de los infieles. Le siguen parejamente las imágenes de torturas de diverso tipo sufridas por los mártires cristianos. Hay una insistencia en el dolor, en la narrativa del dolor, más parecida a las representaciones del lado católico, occidental.
El viaje de la conciencia es infinitamente más largo que el viaje en el tiempo y el espacio. Si ese viaje interior se hace escritura puede llevar miles de páginas. En la gran literatura están los ejemplos: el Ulises de Joyce tiene 900 páginas y cuenta apenas 24 horas en la vida de su protagonista, Leopold Bloom. En estos breves apuntes, voy saltando de lugar en lugar, de día en día, y anoto algunos movimientos de conciencia, de mi viaje interior. Descarto muchos y comparto algunos…
La belleza del mundo. El título de mi nuevo libro de poemas. Pienso que es excesivo, luego que será o debería ser “una mirada menos ideal del mundo”, luego que “el sentido de belleza del título incluye todo”: lo bello como lo que está vivo, no como lo lindo o hermoso a nuestra mirada, según nuestros prejuicios. Baudelaire escribió el poema “A una carroña”; y Whitman tiene este verso: “una vaca paciendo con la cabeza inclinada/ supera en belleza a todas las estatuas”. Todo lo vivo es bello. La estructura de un gusano es más perfecta que la Piedad de Miguel Angel.
La próxima parada, vía Trikala (capital de la unidad periférica homónima), será Delfos, el ombligo del mundo (pagano).
***
(7)
Mi madre hizo un viaje a Grecia hace treinta años y trajo de Delfos un librito que en la tapa tiene la imagen del Auriga. Ya entonces este joven conduciendo un carro tirado por cuatro caballos era el símbolo de este lugar, el principal santuario de Grecia y más allá, donde gente común y reyes venían a consultar el oráculo. La abertura de la tierra que exhalaba vapores que ponían en trance a las pitonisas era el “omphalos”, a partir de una propuesta juguetona de Zeus: soltó un águila en el extremo oriental del mundo y otra en el extremo occidental; ambas se encontraron el Delfos, desde entonces consagrado por el gran dios como el ombligo del mundo. Aquí Apolo, luego de matar a la serpiente pitón que lo ocupaba, estableció el oráculo.
La palabra auriga deriva del latín, y significa “conductor de carro”, aunque en griego corresponde la palabra éinochos, “el que lleva las riendas”. Cuando la escultura fue descubierta, en 1896, se la bautizó con la palabra latina y así quedó para siempre. Para Lacarriere, uno de los impactos de la obra es la mirada: “una mirada que parece clavarse antes él en un camino de gloria, en un rostro marcado por una tranquila confianza: el Auriga había vencido en la prueba, pero su victoria no acaba allí, porque se había convertido en el símbolo vivo, triunfante, de Grecia y de todos los griegos”. Un dato curioso que refuerza esta impresión es que los ojos son los originales, hecho al parecer rarísimo en estas antiguas estatuas de bronce. A diferencia de Lacarriere, otros vieron en el rostro y el porte del auriga “una figura más intangible y enigmática. Una figura indiferente a la victoria y a los gritos de la masa, indiferente a los juegos ruidosos y agotadores de la arena y poseída por la intensidad de un silencio convertido en meditación”. Gracias a la ciencia y a la bella imaginación de los arqueólogos, podemos ver en el museo una foto que reconstruye la totalidad de la obra.
En Delfos estaban las célebres inscripciones, que resumen los ideales griegos por excelencia: “γνῶθι σεαυτόν”, gnosi seauton, (Conócete a ti mismo), y “μηδὲν ἄγαν”, méden agan, (Nada en exceso). Agrego, extemporáneamente: “El ocio favorece el amor” (proverbio que se atribuye a Epicuro, pero también a varios autores anónimos). Me viene un verso que anoto y guardo para un poema que tal vez, con la asistencia de las musas aparezca entero. La poesía es también una labor arqueológica, vislumbramos un fragmento de algo con la ilusión de que al desenterrarlo aparezca completo. El verso que me vino copia el de un gran poeta, Viel Temperley: “Vengo de Grecia, mar, y estoy en éxtasis”…
Hay en este museo otra célebre escultura, que se exhibe junto con la fotografía del momento en que la descubrieron los excavadores de la Escuela Francesa que exploró este sitio. ¡Podemos sentir la emoción que habrán sentido al verla desenterrada! Se supone que es la representación de Antinoo, amante del emperador Adriano, el romano más enamorado de Grecia y de todo lo griego (incluso de los adorados efebos). Antinoo era originario de Bitinia, Asia Menor, y la historia señala que se ahogó en el Nilo, durante una travesía junto al Emperador, en el año 130 D.C. Adriano lo divinizó y creó un culto en toda Grecia. La estatua de Delfos es una de las mejores entre las muchas que se conservan, y muestra un cuerpo blanco, pulido y lustrado, que contrasta con la cabellera revuelta de adolescente, atada con una banda que según los expertos, completaba una corona de oro.
Luego de la bella Delfos, que mira al mar y a un valle de tupidos olivares, siguen ciudades de nombres famosos por las que pasamos ligeramente: Tebas, Platea, Eleusina. Busqué a Edipo en Tebas, pero no encontré a Edipo, ni a Tiresias, ni a Antígona. Era martes y estaba cerrado el museo, así que tampoco hubo esa posibilidad de rastreo. Busqué el fervor de la batalla en Platea, donde Gracia se libró de los persas, pero vi un valle silencioso al lado de una aldea mínima. Busqué en Eleusis los grandes secretos de la vida y la muerte, pero sus piedras permanecen mudas, insondables en su esplendor ruinoso. Pero fue un placer dormir en el hotel Dyonisios de Tebas, donde nos atendió un joven musculoso y ruidoso, que nos contó algunas referencias mitológicas como quien habla de algo rutinario y viejo, y declaró que lo único que le interesa en la vida es el fútbol; y fue lindo ver cómo una lugar tan significativo en los libros de historia como Platea, no tiene más que unas pocas calles y reina en él una modorra absoluta; y fue finalmente emocionante descubrir el sitio arqueológico de Eleusis, un espacio que no imaginamos tan hermoso y potente, al que llegaba desde Atenas, ritualmente, la procesión de los iniciados.
***
(8)
Vivir un mes impregnado en el idioma griego, especialmente en el alfabeto, fue una de las fascinaciones que tuvo para mí este viaje. Anduve distraído, es decir “atento” a carteles y textos. Por lo tanto frecuentemente me detenía, como atontado, en la calle, intentando reconocer las palabras y colgado del traductor de google. Tenía a mi favor el rudimentario conocimiento de griego antiguo, al que estudié en la Universidad de Mar del Plata.
Cuando viajamos de Santorini a Naxos, en un camión que bajó del ferry alcancé a distinguir la leyenda: μεταφορικη (metaforiki, transporte). Fue un momento de éxtasis. Recordé la definición de Aristóteles en la Poética: “metáfora es el traslado del nombre de una cosa a otra”. El poeta es a su modo un fletero… La palabra que representa a la poesía, que fue y es motivo de sesudos estudios, estaba en la calle, en la vida cotidiana de los griegos.
(Unos días antes de tener esta experiencia, había apuntado en mi libreta que “vivir en la metáfora” es un modo de no estar, porque lo que vemos siempre nos sugiere o remite a otra cosa: una nube a un barco, un barco a un pájaro, un pájaro a una piedra, una piedra a un durazno, un durazno a un planeta, un planeta a una semilla, etc. Tal vez esto explique que se atribuya a los artistas la condición de lunáticos, de estar pensando en “otra cosa”).
Naxos es la más grande de las 33 islas habitadas de las Cícladas, un archipiélago de 2300 islas e islotes. Los antiguos griegos, dados al mito y a sus formas, vieron que formaba un “κυκλος” (kiklos, círculo) alrededor de la isla de Delos, y lo bautizaron así. No conformes con esto, hicieron nacer a los hermanos Artemis y Apolo en esa pequeña isla, vecina a la famosa y ruidosa Mikonos. De ahí el carácter sagrado de Delos, a pesar de su pequeñez.
Pueblitos legendarios, pastores y pastoras, playas, montañas, y una fertilidad expresada en olivares, higueras, vides, papas, cabras, ovejas y quesos dan a esta isla un lugar distintivo. Tiene además la impregnación mítica: el monte Zeus, el templo de Apolo, la playa donde Teseo abandonó a Ariadna, luego de que ésta lo ayudara con el hilo a salir del laberinto, en Creta. Y el culto a Dionisio, quien rescató a la hija de Minos del oprobio y de una muerte segura.
Otra vez la circunstancia de estar fuera de temporada jugó a nuestro favor, en cuanto a disponibilidad y precios: a un kilómetro del puerto, a través de airbnb, ocupamos el pequeño departamento de Cristos, un lugareño muy amable, de gestos amistosos y familiares, cuyo símbolo fue la docena de huevos que nos dio como regalo de bienvenida, traídos de la huerta de un amigo.
Puntos altos de este etapa fue el encuentro con la tejedora de Mani; las nadadas en Panermos y en otras bahías de aguas todavía cálidas, donde no faltaron boyas hacia las que nadar contando las brazadas; un almuerzo al borde del agua en un restaurante de Apollon; la visión conmovedora de olivos milenarios; el engaño de Costas, un supuesto lugareño de “varias generaciones”, que nos vendió un frasco de higos secos, “de su propia huerta”, secos y duros.
Le agradecí, después de la mufa, a Costas, el habernos permitido conocer al tan famoso “timador griego”, que menciona incluso en su relato de viaje el gran Henry Miller. Aunque Miller se refirió en realidad a un taxista de Atenas, pero el modelo es el mismo. Además, también sufrimos nosotros, en la segunda visita a Atenas, la experiencia de un taxista chanta que a fuerza de lamentos y quejas, nos exigió casi una propina extra…
Cerramos el círculo virtuoso de las cícladas en Paros, famosa por su mármol, su hermos iglesia ortodoxa Panagia Ekatondapiliani, y por haber sido la tierra natal de Arquíloco, uno de los primeros poetas de la tradición occidental, del que quedaron apenas algunos fragmentos, en los que expresa el ndividualismo, la invectiva, las penas de amor y el desencanto, temas novedosos para la época (Siglo VII AC).
Desde Paros accedimos a Antiparos, una isla minúscula que fue para nosotros la posibilidad de ir más lejos, hacia playas en esta época deshabitadas, como la de Agios Giorgios, que mencioné en un relato anterior. Aquí el rumor chismoso es que compró una vivienda Tom Hanks, (¿luego de filmar Náufrago?). Nosotros ponemos rumbo a Creta, la “isla total”, diecinueve veces más grande que Naxos.
***
(9)
Ahora que estoy terminando estos relatos, que estoy terminando realmente la experiencia del viaje, quiero decir que el último sentimiento que tuve –anoche-, es que Grecia se parece al universo: en cada parte está todo. Cada fragmento –y es un país hecho de centenares de pedazos- está habitado por la totalidad de su espíritu. Quiero decir que podemos sentirlo en Atenas, en las islas, en los confines de Epiro o en una montaña de Creta. Y como esta magia solo puede expresarse en poesía, recordé el poema Archipiélago, de Hölderlin. Aunque también podamos encontrarlo en los discursos de Pericles que cita Tucídides, o en las muchas versiones de los mitos, y en las esquirlas de poemas diseminadas por todas partes.
*
Antes de perdernos en el laberinto de caminos y montañas del Valle de Amari, hicimos alto en la última aldea que visitamos, de cuyo nombre no pudimos acordarnos –¿Thronos?¿ Meronas? ¿Forfouras? ¿Spili?-. Al llegar nomás nos topamos con unos piletones de fresquísima agua de vertiente, en los que colgaban cucharones para servirse o para beber directamente de ellos; luego nos metimos en sus callecitas estrechas y desembocamos en el único bar, frente a la placita sombreada por un gran plátano, donde nos atendió un griego amante de la Argentina, que vestía la camiseta número 10 de Boca con la inscripción: Maradona. Un fan de Diego que sueña con viajar a Buenos Aires pero tiene miedo porque le dijeron que es “una ciudad muy peligrosa”.
Luego recorrimos la aldea y derivamos a la hermosa iglesia, que estaba cerrada, pero que ostentaba en el patio trasero un monumental cementerio, con lápidas de mármol sobre las que relucían las fotos grandes y vívidas de las personas enterradas. Muchos habían sido jóvenes soldados: huellas de la invasión y ocupación alemana durante la segunda guerra mundial. La proverbial resistencia de estas comunidades griegas provocó la ira y las consecuentes masacres de los nazis, tanto de los combatientes como dela población civil.
Tomamos luego un caminito a la sombra de grandes higueras cargadas de frutos, que parecían llamarnos desde lo alto con su aroma y turgencia deseantes. Explotaban de higos que nadie comía, y allí estuvimos nosotros para disfrutarlos. Esta panzada no fue obstáculo para que nos acercáramos a un local milagrosamente abierto, donde una señora nos ofreció un pastel de naranjas recién hecho, pesado de almíbar, exquisito.
Estaba atardeciendo, y como habíamos ingresado al Valle desde Retimo, decidimos regresar por otro camino, y dirigirnos directamente a Chania, nuestro siguiente destino. A pesar de los esfuerzos del GPS, nos fuimos perdiendo en el laberinto montañoso, topándonos cada dos o tres kilómetros con caseríos o villas, y cruzándonos con pastoras ancianas que nos saludaban con la mano en alto y un ¡¡Yasas!! ruidoso y alegre.
Antes de sufrir una leve desesperación, recordamos algunos episodios de la jornada: la llegada a Choromastiri, a pocos kilómetros de Retimo y algo así como el portal del valle de Amari, donde una mujer nos ofreció su casa para hospedarnos –no hay hoteles allí-. Era un lugar desocupado, con un fuerte olor a humedad, sucio y desarreglado, por el que nos pidió 50 euros, el mismo precio de la hostería de lujo de Zagoria… Camino a Patsos conocimos la cueva de Agios Antonio, salpicada de papelitos incrustados en la roca a modo de exvotos, y luego fuimos pasamos por varias aldeas hasta llegar a Amari, la capital del Valle que curiosamente no tiene municipio, ni policía, ni negocios, ningún indicio que la señale como la ciudad principal. Tiene, claro está, una iglesia cerrada y una torre a la que pudimos subir para disfrutar de una hermosa panorámica.
Recordamos también la amabilidad del destilador de raki, en Pantanassa o en Merones: nos acercamos a un galpón y ante nuestras miradas curiosas al fuego y a los alambiques, nos llamó y nos convidó el famoso elixir cretense, recién extraído de la uva mediante ese antiguo y vigente mecanismo. Y brindamos con él y con tres viejitos que lo acompañaban en la ceremonia, y nos sentimos muy halagados cuando celebraron ruidosamente nuestra condición de argentinos. Al fin –siempre con el GPS, que no se equivocó y bautizamos Ariadna-, salimos indemnes del laberinto y ya de noche llegamos a Chania.
Circunscribir la visita a Creta al valle de Amari fue la decisión de entrar en profundidad en algún lugar en vez de ir a muchos a vuelo rasante. Creta es una isla de una belleza y variedad enorme, una invitación a quedarse mucho tiempo y recorrerla morosamente. A nivel “guía de turismo”, de nuestra experiencia recomendamos: el Museo arqueológico de Heraklión, completísimo; la ciudad de Chania, tal vez la más hermosa de Grecia; las playas de Stavros y de Seitan limania, en la península de Akrotiri, y aunque no figure entre las principales atracciones, nuestro ya querido Valle de Amari. Todo esto junto, no es más que el 20% de lo que vale la dicha conocer en Creta.
*
Muchas personas expresan que lo que más quisieran hacer en la vida, si pudieran elegir, es viajar, “recorrer el mundo”. Pero viajar no es fácil, no es tan sencillo dejar la vida que hacemos y rodar en parajes inasibles, fuera de nuestras redes de contención, de los mojones que alimentan nuestra vida. El deseo de viajar suele ser la expresión melancólica de una insatisfacción, de una fantasía, pero de ahí a salir, a perderse en otras geografías, a exponerse, hay un gran paso.
Hecha esta advertencia, espero que estos breves relatos sean una invitación a hacer las valijas o la mochila. Grecia deja un sabor a aventura y a deseos de partir del propio hogar y conocer otros mundos. Desde Odiseo en adelante, la invitación a la aventura en Grecia es proverbial. Entre los escritores, Herodoto pasa por ser el gran viajero de la antigüedad griega, y fruto de sus viajes son los maravillosos Nueve libros de la historia. Un siglo antes, el sabio Solón, después de trabajar arduamente en una legislación para Atenas, le ofrecieron el gobierno, y él lo rechazó y decidió que era el momento de viajar. Siendo ya viejo, se largó a los caminos, y nos dejó estar hermosa sentencia: “envejezco aprendiendo muchas cosas” (πολλὰ ynpaskw διδασκόμενος; polla gerasko didaskómenos).
¡Hasta el próximo viaje!