Poesía y medio ambiente

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El sábado 8 de junio participé de una jornada Artística y Educativa por el día del ambiente, en el Centro Cultural Pipach, organizado por la Secretaría de Cultura de Villa Gesell. Un fragmento de la Antígona de Sófocles, resonó en mí como aporte para este enigma que es la condición humana en relación a la naturaleza:

Estrofa 1ªMuchas son las cosas terribles, pero ninguna es más terrible que el hombre, ese ser que se dirige al otro lado del canoso mar con la ayuda del invernal noto (335), surcándolo por entre las olas que rugen en su torno, y que a la más poderosa de las diosas, la Tierra imperecedera, infatigable, agota con los arados que año tras año la remueven al labrarla con la raza caballar (340).

Muchos misterios hay, de todos los misterios, el más grande es el hombre. Puede él surcar el mar grisáceo y llegar a la opuesta orilla empujado por las revueltas olas. Nada importa que bramen ellas, ni ue enfurezca el sol con sus ardores. Marcha seguro adonde intentar pretendía.

Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre. Él se dirige al otro lado del blanco mar con la ayuda del tempestuoso viento Sur, bajo las rugientes olas avanzando, y a la más poderosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable tierra, trabaja sin descanso, haciendo girar los arados año tras año…

(Antígona, 334-340)

Estas tres traducciones muestran la ambigüedad y profundidad del adjetivo deinós (el original griego), del primer verso, que en la segunda traducción está sustantivado, pero en el original se refiere a «las cosas misteriosas» (ta deiná), por eso es adjetivo. Y deinós en sus diversas acepciones es tanto terrible como maravilloso; temido como admirable; funesto como formidable; misterioso y asombroso… Aquí, en este fragmento de una obra que se representó por primera vez en Atenas en el año 441 AC, está planteada esta rara condición humana que une la ambición destructiva con la magnífica aventura de ir más allá, conocer, saber, vencer los límites.

La navegación era en aquél tiempo el punto crítico que invitaba a la aventura, económica y excitante a la vez, por eso la presencia del mar en los textos. Por eso antes, en el siglo VIII AC, Hesíodo había recomendado no navegar…

“yo no recomiendo embarcarse ni tengo en ello gozo alguno, pues trae peligros a los que el hombre se entrega porque no reflexiona; y aunque el dinero es vida para los míseros mortales, es cosa muy dura morir entre las olas…”

Los trabajos y los días, 682 y ss.

Y en los tiempos romanos, encontramos al poeta Propercio (siglo I AC) maldecir al que inventó la navegación:

“ah pereat, quicumque rates et vela paravit
    primus et invito gurgite fecit iter!”

¡Maldito el primero que equipó una nave con velas

Y se abrió camino contra la voluntad del mar!

Elegías. Libro I, elegía 17.

Esta maldición era un tópico general: se maldecía a los inventores (heuretés) porque eran los que transgredían los límites… y la navegación era símbolo de la ambición humana.

Con estas citas intenté encontrar en la tradición poética este enigma que no es más que el mismo de ahora: qué nos lleva a conocer, dominar, explotar, utilizar, y saber por curiosidad, por necesidad, por impulso y deseo de saber… Y llegamos ahora a esta problemática del medio ambiente, con las contradicciones que ya se vislumbraron mucho tiempo atrás. La maravilla de la ciencia y lo terrible de la destrucción… el deinós se actualiza…

Cité luego algunos poemas que reescribieron esto: Quevedo, José Emilio Pacheco, Sergio Raimondi.

A la mar

La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en la arena, ley te humilla;
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.

En tu soberbia misma te detienes,
Que humilde eres bastante a resistirla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?

Sin duda el verte presa, encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.

Francisco de Quevedo (España, 1580)

El pulpo

Oscuro dios de las profundidades,

helecho, hongo, jacinto,

entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,

donde al amanecer, contra la lumbre del sol,

baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe

con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.

Qué belleza nocturna su esplendor si navega

en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,

para él cristalina y dulce.

Pero en la playa que infestó la basura plástica

esa joya carnal del viscoso vértigo

parece un monstruo; y están matando

/ a garrotazos / al indefenso encallado.

Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte

por la segunda asfixia que constituye su herida.

De sus labios no mana sangre: brota la noche

y enluta el mar y desvanece la tierra,

muy lentamente, mientras el pulpo se muere.

José Emilio Pacheco

El puerto

El mar que bulle en el calor de la noche,

El mar bituminoso que lleva adentro su cólera,

El mar sepulcro de las letrinas del puerto,

Nunca mereció ser este charco que huele a ciénaga,

A hierros oxidados, a petróleo y mierda,

Lejos del mar abierto, el golfo, el océano.

José Emilio Pacheco (México, N. 1939)

Qué es el mar 

El barrido de una red de arrastre a lo largo del lecho,

mallas de apertura máxima, en el tanque setecientos mil

litros de gas-oil, en la bodega bolsas de papa y cebolla,

jornada de treinta y cinco horas, sueño de cuatro, café,

acuerdos pactados en oficinas de Bruselas, crecimiento

del calamar illex en relación a la temperatura del agua

y las firmas de aprobación de la Corte Suprema, circuito

de canales de acero inoxidable por donde el pescado cae,

abadejo, hubbsi, transferencias de permiso amparadas

por la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca; ahí:

atraviesa el fresquero la línea imaginaria del paralelo, va

tras una mancha en la pantalla del equipo de detección,

ignorante el cardumen de la noción de millas o charteo,

de las estadísticas irreales del INIDEP o el desfasaje

entre jornal y costo de vida desde el año mil novecientos

noventa y dos, filet de merluza de cola, SOMU y pez rata,

cartas de crédito adulteradas, lámparas y asiático pabellón,

irrupción de brotes de aftosa en rodeos británicos, hoki,

retorno a lo más hondo de toneladas de pota muerta

ante la aparición de langostino (valor cinco veces mayor),

infraestructura de almacenamiento y frío, caladero, eso.

Sergio Raimondi (Bahía Blanca, 1968)

La tradición poética nos enriquece, ilumina la conciencia y no da un contexto, a la vez que es asombro y denuncia, testimonio. Luego de haber escuchado a quienes trabajan por la preservación del ambiente, y de haber leído estos textos, aplaudo a quienes ponen un granito de arena. Creo que, más allá de la poesía, es lo que hay que hacer, por más que se luche contra gigantes.

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