Continúo mi relato sobre la experiencia con Arturo Carrera. Luego de la publicación de Rosas del Desierto, leí su obra poética, publicada en tres tomos por Adriana HIdalgo (2015). Y siguió este intercambio…
Hola querido Arturo, voy a pasarte mis apuntes de lectura… No pude articularlos en un texto coherente y ordenado. Van entonces mis anotaciones depuradas lo más posible para no abrumar ni aburrir. Ahora, lo que quisiera hacer es el viaje de retorno: releer la obra de atrás para adelante… ya llegará el tiempo de eso.
Llegué al final –al principio- de tu obra y realmente es magnífica (Nota: la publicación comienza con el último libro de Carrera y la recorre hacia atrás: el tomo III termina con el primer libro) . Tiene esa impronta de “obra”, una gran construcción, paciente y laboriosamente realizada. Al principio me produjo una impresión fuerte de “programación”, por tu vínculo con la vanguardia, el corpus teórico, pero se fue corriendo esa primera impresión hacia una zona positiva, creativa. Asimilás en tu poesía todo eso y lo transformás en texto poético. Por ejemplo, para señalar lo que me pareció más notorio: las ideas de Kristeva sobre la korá semiótica y ese estado prenatal, y pre lingüístico, al que vuelve (volvería) el poeta. El prejuicio es que tu poesía responde a esas ideas, pero en realidad lo que hace es tomar ése y otros marcos teóricos como impulso, y al asumirlas y desarrollarlas toma el carácter de “proeza”, de “hazaña” literaria. Las grandes obras tienen ese mismo devenir: Dante o Whitman u otro de los grandes poetas.
Mi intuición general es que tu obra es el esfuerzo de un retorno, una vuelta a la unidad perdida, y deliberada o casualmente –no leí el prólogo- la edición de los tres tomos propone un viaje de adelante hacia atrás. Los rastros de esta intuición están en todos tus libros, pero el núcleo es el poema prenatal “La partera canta”.
“Hombra voluptuosa, furias de la horma, vértigo placenteral, nombre vacío”. “Y el código de un deseo nunca caudificado” (“furioso deseo”). Primitivo, dionisíaco (no nombrás nunca a Dionisios!!). Parto-nacimiento.“los eros estaban en las rapsodias ilíacas”. Música prenatal. Recuperar esa música/poesía primordial. Y luego, el paso al lenguaje simbólico: “veré cómo de la boca pasan a la vocal que huye siguiendo un desfiladero de vértebras de niños”. Y luego: “yo juguete lingüístico… “
Korá: el viviente ahí es “el unánime desnudo que se goza a sí mismo”
“Perversión de los ritmos miméticos,
Perversión de los humores maternos y
Allí las hordas que bailando silenciosas
Profieren un irisado grito del espacio”.
Retorno, un retorno a qué… a la unidad… a la ambigüedad sexual, la indiferenciación, magma, hermafroditismo, polimorfismo lingüístico/corporal/vital.
Algo de “paraíso perdido”, ¿cierto? Que abre una búsqueda infinita, interminable… el deseo… “que participa en otro sitio de mí de ese festín…” y un niño es su señuelo, su carnada, y hacía allí se precipitan las palabras, donde ese niño mítico “vibra endemoniadamente como anzuelo del deseo”.
“La poesía es la cáscara de un fruto que se pudre en un sueño donde yo, como partera, les sonrío tras mi cocktail de potlatch…” Lenguaje, huella de una huella.
El poemario como hazaña, proeza, de volver allí y cantarlo, sentirlo, imaginarlo, soñarlo. Poesía intrauterina, un lenguaje poético que suena más a Vallejo que a Oliverio, no tiene humor sino vísceras, corte, sangrados, retorcimientos y el goce que recuperan.
La imagen de las tortugas recién nacidas, el mar como “noche barroca” (ésta del mar te la robo).
Poemario neblinoso por el que se avanza a tientas hasta que de pronto la niebla se disipa y el texto adquiere una luminosidad que permite ver y comprender por párrafos…
El poemario como proeza, entre lo legible e ilegible, lo destruido y lo construido, la oscuridad y la luz.
Hazaña en el sentido de conquista, de logro.
¿Cómo no pensar en la nostalgia de una madre prematuramente desaparecida? (Perdón, amigo, por meterme en esta intimidad, tal vez exagerando). Ese punto biográfico como resorte, como empuje abrumador, motor interminable del deseo. Será el poemario un canto a tu Madre, entonces. Y que adquiera de ahí su fuerza, su energía descomunal…
Honestidad: “como se va tocando el fondo del lenguaje”. Momentos explícitos. No hay ocultamiento rebuscado… el poeta se desnuda.
En el proceso de nacimiento están las oposiciones, siempre. Separación básica, y luego el juego: nacemos para morir. En el seno materno vivimos y salimos a respirar, donde nos espera la muerte como otro regazo, otra disolución, la muerte. Asumir la voz de la partera, “yo, que no nací, que no voy a nacer”.
“La música ya existía, y esplendía impresa en la placenta amarga, umbría, con sus colores restallantes, oscuros enjambres en las aguas de los besos” “el arrobo lácteo”.
Es un libro mítico: la Partera, cuyo destino es mirar y atraer al mundo, “arrancar con forcejeos ferrosos el niño al niño”. (Y luego, buscar al Niño en los niños…)
Exhuberancia del lenguaje, su zona neobarroca o barroca… La vida, el mar es la noche barroca en la que refulge la poesía… Y la metonimia, el juego del lenguaje.
“…la partera empinada y gozando, deleitando su mirar a mí. Una de mis locuras: esos muslos abiertos y la rosa carnívora y tentante donde al lamer lavamos la carita de un niño: sea que eso no se entregara a la Lamia del goce: sea que en el atardecer el sentido tramontara como un gigante en las salinas del azúcar:”
Nuestra fatalidad es que “en el fondo el deseo y el lenguaje mezclan y pudren todo…” El paraíso se pierde, lo atisbamos en la infancia… infancia… “tiempo de horror a la completud…” El poeta llora “éticamente la imposibilidad de volver a hacer un niño…”
Korá: una reconstrucción: “su baile mimante…” oyendo…” “reconstruir su ritmo distante en mí en nosotros…”
Magnífico final… Retornar es salirse del mundo, desagregarse del “sitiado alrededor atroz”. Reconstruir ese niño…
*
Querido Aníbal: me parece mentira todo tu esfuerzo con mis libros. Y siento una enorme alegría. En realidad armaste otro poema, como un murmullo durmiendo, como las voces de los amantes, elásticas, furtivas. Pero eso sí, juro que no leí a Kristeva. También hiciste bien en no leer el prólogo. Sos un poeta casi salvaje y me interesa que te hayas detenido en “La partera” porque hay mucho de tu poética ahí. Imágenes que parecen tuyas: noches barrocas. Me imagino tus talleres que han de ser intensos, extraordinarios. Estoy tan agradecido, no sé si esa es la palabra. Se me ocurre que tus lecturas siempre son así. ¡Qué genio! Un gran abrazo y mi cariño a tu mujer que no conozco pero imagino como una fuerza que te constituye y salva.
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